sábado, 16 de abril de 2011

Carlos Ott en primera persona por Martín Moubayed Prego publicado en Mirabaires del 14-4-2011

Carlos Ott en primera persona

por  Martín Moubayed Prego publicado en Mirabaires del 14-4-2011


Da mucho placer hacer un edificio, es algo que lo tienes en tu cabeza hasta que un día lo construyen, pero en un momento es tuyo, solamente tuyo, un buen día se construye y deja de ser tuyo, es decir, se va.

Arquitecto – www.carlosott.com

Nací en 1946, viví mi infancia en una chacra muy linda ubicada en Toledo Chico, en las afueras de Montevideo. Allí fui por primera vez a la escuela, cuyo local fue construido por mi familia para el pueblo; iba montado en una petisa por un camino que también había construido mi familia. La maestra enseñaba desde primero hasta sexto, y estábamos todos en un mismo salón. Unos años después comencé a asistir a otra escuela en Montevideo, y como conocíamos a casi todos los vecinos, si había lugar en el auto recogíamos a la primera persona que se encontraba en el camino, conversábamos en el trayecto y así siempre estábamos al tanto de todo.


En esa época no había distinciones de clase social. Como a mi padre le gustaban mucho los automóviles, cuando nos tocaba ir en ómnibus, el chofer se bajaba y dejaba que él lo manejara y de esa forma llegábamos hasta Montevideo. Ese Uruguay cambió muchísimo, diría que ya no existe, pero todos esos recuerdos me dan muchas fuerzas para seguir adelante.


Recuerdo que cuando se produjeron grandes inundaciones en Uruguay en 1959 ya vivíamos en Montevideo. Nuestra casa tenía un sótano muy grande, el cual fue ofrecido por mis padres a familias del norte del país que se venían a refugiar en Montevideo. Allí vivieron durante varios meses dos o tres familias completas. Más tarde se produjo una epidemia de poliomielitis, por lo cual se tuvieron que cerrar las escuelas, y permanecimos encerrados por varios meses. Lamentablemente un compañero de la escuela fue alcanzado por esa terrible enfermedad. Es decir, también tenemos recuerdos malos, pero las penas de uno las compartíamos y las alegrías también. Eso me brindó un gran apoyo, ya que cuando uno viaja al exterior puede notar la falta de esa amistad. Solamente poder ir caminando por Montevideo y saludar a la gente, era algo fantástico. El que iba caminando por 18 de Julio iba saludando a otras personas,, el que iba a la playa se encontraba con su grupo de amigos, se jugaban partidos de fútbol entre nosotros. Pero nos conocíamos todos, amigos y enemigos, y quizás los enemigos podían llegar a ser amigos. Ese es un aspecto muy lindo de la sociedad uruguaya, que francamente no he encontrado en otros países porque el tamaño de las propias ciudades o lugares lo impiden.


Trabajé toda mi vida, siempre me gustó trabajar; mi padre era arquitecto y desde muy chico lo acompañaba a las obras. Así que desde los inicios mi vocación ya se inclinaba para el lado de la arquitectura, nunca tuve dudas. Sin embargo me gustaban mucho los automóviles. En 1962, si no recuerdo mal, para controlar la salida de divisas del país se aprobó una ley que establecía impuestos muy importantes mediante los cuales se gravaban las importaciones de automóviles nuevos en un trescientos por ciento. Es decir, si el automóvil estadounidense o europeo costaba diez mil dólares, su valor de venta en Uruguay era de cuarenta mil. De esta forma se buscaba que el país no perdiera sus divisas, ya que estábamos en una situación económica compleja. En una parte de esa ley se establecía que si el automóvil estaba montado con partes en Uruguay, ese impuesto no se cobraba. Entonces, el Presidente de General Motors, que conocía a mi padre, lo contactó para pedirle que dibujara un automóvil. Su idea era traer un chasis de un modelo de Chevrolet desde Estados Unidos y luego hacer una carrocería en Uruguay, por lo cual consultó a mi padre, a quien le gustaban mucho los automóviles y también dibujaba, a ver si podía contar con él. Mi padre le respondió que no le interesaba la propuesta, pero que yo era capaz de hacerlo, por lo cual General Motors me contrató para desarrollar el proyecto. En esos días yo había terminado el liceo, y mi padre condicionó su aprobación a que yo trabajara durante todo el verano, pero que el 15 de marzo del año siguiente, cuando comenzaran las clases de preparatorio de arquitectura, tenía que haber terminado todo el trabajo. De esa forma, a partir del 15 de noviembre, cuando terminaron las clases, tomaba el ómnibus a las cinco de la mañana para estar a las seis en la fábrica del barrio Peñarol. Allí me dieron una mesa, sillas, plasticina, papel, lápiz y trajeron los planos del chasis de un furgón, el cual era traído por GM desde los Estados Unidos. La idea era ensamblarle una carrocería nueva y transformarlo en una camioneta. Trabajé durante los meses de noviembre, diciembre, y recién en enero logré una maqueta de plasticina, después hice una maqueta uno por uno. Finalmente lo aprobaron, pero para mi gusto quedaba muy cuadrada, y por lo tanto quería que me dejaran darle una forma más curva. Después de discutir un poco, me permitieron que hiciera la careta en fibra de vidrio, y pude hacerla un poco curva. Conseguí el catálogo de todos los productos que GM tenía para los coches que ellos construían en Estados Unidos. A esa altura, ya creía que tenía el derecho de elegir alguno de esos accesorios. Fue allí que me invitaron a trabajar con ellos en la fábrica de Detroit, en la planta de diseño de Michigan en Estados Unidos. Pensé que era mi ocasión para pasar a ser el “Pininfarina” de Estados Unidos. Pensé, “voy a cambiar estos Chevrolet, Cadillac y Oldsmobile que ellos hacen tan feos, y ahora voy a dibujar Ferrari, CIS Italia, y Maserati, como ellos no lo saben hacer. Ese día tomé el ómnibus, llegué contentísimo a casa, y mi padre me recordó el acuerdo al cual habíamos llegado. Me dijo que me olvidara de Michigan ya que en dos semanas comenzaba el preparatorio de arquitectura, por lo cual debía sacar de mi cabeza ese tema. Recuerdo que me dejó muy triste. El 15 de marzo de ese año comencé el preparatorio de arquitectura. Se podría decir que ése fue mi primer trabajo, cuando tenía 15 años. El primer vehículo que construí aquí se llamaba Charrúa. Enseguida vinieron otros importadores de automóviles: Carlos Danvila, que importaba la marca Renault, en especial el modelo R4, el cual llegaba cortado a la mitad y aquí se le hacía la carrocería trasera; también importaron unos vehículos marca Bedford que eran montados en Inglaterra por General Motors y aquí se le hacían varias modificaciones.


El problema vocacional nunca existió. Sentarme al lado de la mesa de dibujo y ver cómo mi padre hacía las acuarelas, las fachadas, las maquetas o una perspectiva me hizo ver que él era un artista de primera y enseguida me entusiasmó. Nunca llegué a la calidad de él, y nunca llegaré porque es un talento con el cual uno nace y lamentablemente yo no lo tuve; pero en lo que se refiere a la profesión, nunca tuve dudas. Cuando escribía mis deberes los hacía siempre en letra de imprenta. Nunca me gustó hacer caligrafía, todos los maestros en el primer día de clases me decían que iba a ser arquitecto, ya que todos sabían que si escribías con letra de molde ibas a ser arquitecto. Eso lo supe siempre, y también me hubiera gustado mucho diseñar automóviles, pero bueno… diseñé los que diseñé.


Quizás se sacrifican algunas cosas, quizás se ganan otras, pero en mi caso yo sacrifiqué mucho la vida familiar. Tengo dos hijas que actualmente viven en Toronto y Nueva York respectivamente, quienes crecieron y yo lamentablemente no estuve a su lado. Ellas, ya adultas, me dijeron que estando en el gimnasio, en el salón de actos, en la clase, siempre miraban hacia la puerta de entrada para ver si a último momento yo llegaba para ver ese concierto, ese juego de hockey, ese espectáculo de patinaje, esa entrega de premios, pero yo nunca entraba; ellas sufrieron mucho y cuando me di cuenta ya era tarde. No tengo a nadie a quien culpar más que a mí mismo, porque debí haber tenido la inteligencia de pensar en eso, y hoy nos vemos mucho pero nunca estuve cuando ellas tenían doce o catorce años, en esos momentos importantes; es un sacrificio muy grande y le aconsejo a todo el mundo que no cometan mi error.


Tuve situaciones económicas catastróficas. Un día estaba trabajando en Costa Rica, fui al banco a cobrar un cheque y me dijeron que no tenía más dinero, y tenía una esposa y una hija que dependían de mí. Sólo tenía cuarenta dólares en el bolsillo y me tuve que volver a Estados Unidos. El mismo día que llegué, sonó el teléfono y golpearon a la puerta; al teléfono estaba mi tío para decirme que a mi padre lo estaban operando de un aneurisma, por lo cual tenía que estar en Montevideo inmediatamente; y quien golpeaba la puerta era un policía que me decía que contaba con 24 horas para dejar Estados Unidos, ya que no tenía derecho de estar allí. Ése fue un momento grave en mi vida, pero luego unos amigos me ayudaron a cruzar la frontera y me dejaron en Canadá. Creo que esos obstáculos son los que ayudan a superarnos.


Siendo estudiante y ya estando casado, me fui de Uruguay, puesto que me había presentado a una beca para solteros. El dinero que me correspondía por la beca era muy poco y tenía que compartir la habitación con otro estudiante en el campus de la universidad, por lo que con mi esposa  tuvimos que alquilar un apartamento en un barrio muy pobre de Saint Louis. Era una zona adonde no iban los estudiantes de la universidad, ya que era muy peligrosa, pero yo no tenía miedo a nadie, porque el más zaparrastroso en la calle era yo; en realidad los truhanes y los mafiosos se hacían paso, porque cuando me veían pasar, con aquellos zapatos ya sin suela y barbudo, realmente daba miedo. Poco a poco fui saliendo, uno realmente sale a flote cuando toca fondo, si no llegás al fondo no subís tan rápido, creo que eso ayuda mucho.


Quizás mis años más lindos fueron cuando estaba en la Facultad de Arquitectura. Hacía lo que me gustaba, tenía un trato fantástico con las diferentes generaciones, porque cuando uno está en la escuela o en el liceo es más amigo de los alumnos de quinto año, ya que los de sexto son muy viejos y a los de cuarto no les das corte, pero en la facultad nos juntábamos todos, algo muy agradable, además teniendo en cuenta que se estaba viviendo un momento muy difícil en Uruguay y se cuestionaba la situación político-social del país, la recuerdo como una época de mucha fermentación.


Tengo recuerdos muy buenos de mi profesión. Da mucho placer hacer un edificio, es algo que lo tienes en tu cabeza hasta que un día lo construyen, pero en un momento es tuyo, solamente tuyo, un buen día se construye y deja de ser tuyo, es decir, se va. Luego, ves que la gente lo usa y lo decora a su gusto. El año pasado hemos vivido una crisis muy fea para la arquitectura; nos golpeó muy fuerte, perdimos muchísimo personal en Uruguay, en el Extremo Oriente, Medio Oriente, Norteamérica, Caribe y Centroamérica; se frenó todo de un día para el otro. Si bien en Uruguay y Argentina han crecido increíblemente los proyectos, son pocos los que están concretándose, lo cual me hace pensar que quizás debería hacer otras cosas. Me apasiona la pintura, el arte. Estuve tres días en Nueva York y en ninguno de ellos dejé de ir a hacer retratos, dibujos de la figura humana, paisajes, así que quizás me dedique un poco más a eso sin perder de vista la arquitectura, ya que cuento con un estudio muy bueno, con un equipo sumamente capaz, el cual funciona muy bien sin mí. He trabajado toda mi vida y sigo trabajando las 24 horas del día. Hoy son las dos de la tarde, estamos en Punta del Este, con un sol radiante, la gente está en la playa, y yo estoy trabajando, recién llegado de Toronto con 25 grados bajo cero, y si un cliente me llama para hablar de un proyecto, lo hago y no hay ni playa ni descanso. Quizás debería apaciguarme un poco con eso.


En Uruguay disfrutamos de una gran ventaja, tenemos una democracia muy fuerte, la cual está muy arraigada, y eso es algo fabuloso. Lo más importante que yo le pediría al gobierno sería pensar para el futuro, pero también entiendo que existen problemas de corto plazo que hay que resolver, y eso lamentablemente nos obliga, a veces, a dejar de lado el proyecto de largo plazo. Creo esencial el desarrollo de la educación, permitirle a la gente mayor el acceso a la formación, a una capacitación que sea también lógica, y pedirle a los jóvenes que estudien ingeniería y nuevas carreras u oficios, que acompañen los cambios que se están viviendo. Creo, a la vez, que tenemos que proteger nuestro medio ambiente, por lo cual le pediría a éste y a futuros gobiernos que reserven áreas importantes del país como parques nacionales.


Por último, les diría a los jóvenes que tengan fe en el futuro, que estudien, que la educación es un capital invaluable, que trabajen fuerte, y en la medida de lo posible, que arriesguen. En la facultad tuve compañeros de bajos recursos económicos y una gran capacidad que llegaron a mucho.






Entrevista realizada en Punta del Este el 4 de enero de 2010.


Esta es una publicación autorizada por su autor Martin Moubayed de su libro Entusiastas y Triunfadores, editado por Fin de Siglo.

Entusiastas y Triunfadores es la primera etapa de Actitud Uruguay - www.actituduruguay.com-, proyecto que intenta promover una actitud emprendedora y una cultura de trabajo en los jóvenes.
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Carlos Ott inauguró nuestra  sección de arquitectura Internacional de LMD Arquitectura hace ya 5 años.

LMD3 Centros Culturales en China Carlos Ott

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