martes, 27 de noviembre de 2018

Carme Pinós: “Hemos regalado nuestras ciudades al turismo y al dinero”


La reconocida arquitecta ha diseñado recientemente el MPavilion de Melbourne
Como profesional, trabaja para recuperar las urbes

por PABLO SEMPERE para El PaísPablo Monge


A sus torres en México, al CaixaForum de Zaragoza, a la Maison de l’Algérie de la Ciudad Universitaria de París y a sus hoteles rehabilitados en Mallorca, entre otros muchos proyectos, ha añadido recientemente el MPavilion de Melbourne. Carme Pinós (Barcelona, 1954) fue la elegida por la millonaria y filántropa Naomi Milgrom, presidenta de la fundación que lleva su nombre, para levantar un pabellón en los Queen Victoria Gardens de la ciudad australiana. Pinós, arquitecta y antigua compañera del también arquitecto Enric Miralles, es una de las profesionales más reconocidas en todo el mundo.
Se ha hecho un nombre en el sector, pero se convirtió en arquitecta casi sin quererlo.
Somos tres hermanos y mi padre tenía el futuro planeado para todos. Quería que el mayor fuese arquitecto, que yo estudiase química y que el pequeño se convirtiese en ingeniero agrónomo. Cuando el mayor eligió ser médico, como mi padre, me di cuenta de que la arquitectura me iba a tocar a mí.

¿Cómo fueron los comienzos?

Llegué a la universidad en los últimos años del franquismo. Y el momento político y cultural era interesantísimo. A mí, además, siempre me había gustado el arte, y sabía que la arquitectura era eso: relacionar el arte con la vida más cotidiana y el día a día. Tampoco fue un camino de rosas. Cuando yo entré, éramos menos de 5 alumnas frente a 200 alumnos.
Cuando empecé en la universidad éramos 5 alumnas frente a 200 alumnos

¿Y qué es hoy la arquitectura?

Esencialmente, es el ámbito donde se realiza la sociabilidad. Además, la sociedad necesita siempre de poética y de ir más allá del pragmatismo, y para eso la arquitectura es perfecta. También tenemos que recordar que es una demanda social, porque la gente necesita de lugares donde vivir, desarrollarse y comunicarse. Por eso también tenemos una responsabilidad social importante, más aún en estos tiempos...





¿Por qué en estos tiempos?

La arquitectura de nuestra época, sobre todo la vivienda, se ha convertido en un producto del que se ha apropiado el mercado con fines económicos, y eso es muy peligroso. La vivienda es lo más íntimo de una persona, y en cambio se está tratando como una mercancía y una forma de ganar dinero. Y ya no solo la vivienda, también el urbanismo. Se urbaniza sin ninguna idea real de ciudad. El mercado se lo ha quedado todo, es el que ganó la guerra, es abstracto, depredador y déspota. Hacemos todo a corto plazo, se busca rentabilidad cada vez más rápido, y se deshumaniza el ámbito laboral, las relaciones emocionales, y por supuesto también las casas y la ciudad.

¿Se están perdiendo las ciudades?

Por supuesto. Las ciudades están cada vez más en las manos del mercado, un mercado que busca estandarización y rentabilidad. Se expulsa de los barrios a quienes los habitan, se construyen bloques en serie y sin poética, que es la escala humana que define cualquier cosa que se hace, nos doblegamos al turismo... Las ciudades se están perdiendo y deshumanizando.
Usted es de Barcelona, quizá la ciudad española que mejor ilustra este panorama.
Cuando se planeó la ciudad en las Olimpiadas para su desarrollo, se hizo con una idea muy clara de ciudad y de espacio público. Se recuperó el mar, se recuperaron plazas, y eso lo estamos perdiendo por el dinero fácil que da el turismo y por la falta de ideas. Hemos regalado nuestras ciudades al turismo y al dinero.

¿Se puede recuperar la ciudad?

Se debe recuperar la ciudad, porque esta situación, a la larga, es destructiva y perjudicial. ¿Cómo? Dando prioridad al espacio público, creando conciencia de comunidad, poniendo la arquitectura al servicio de la sociedad y no del mercado… Sería indispensable controlar el turismo, tener ideas regeneradoras, dar más peso a pueblos y ciudades pequeñas para que las grandes urbes no tengan que crecer por obligación. Creo que, si no pones límites al mercado, la ciudad se destruye a sí misma. Pero todo esto son decisiones políticas.

¿Tienen los arquitectos parte de la responsabilidad y, quizá, parte de la solución?

Yo procuro protegerme un poquito. Si no siento confianza, si mi presión es especulativa, ya no entro en juego. Debo ver que el cliente busca en mí algo más que crear mercancía para enriquecerse. Entro en el juego si se trabaja con otros fines, porque la ciudad es uno de los ámbitos más importantes que tenemos y que debemos proteger. Ahora estoy construyendo viviendas en el casco antiguo de Barcelona que son de protección. Es un sistema pionero por el que el ayuntamiento cede el terreno, una cooperativa construye y la propiedad es de 70 años ampliables a 90. Y la cooperativa recupera luego esa vivienda, porque si quieres venderla tienes que vendérsela a ella.
Debo ver que el cliente busca en mí algo más que mercancía para enriquecerse

¿Se debe notar la huella o la mano del arquitecto en el edificio?

Creo que no. Hay que pensar en el cliente y en la ciudadanía y responder a ello con la sensibilidad de cada cual. Yo no pretendo hablar de mí con mis proyectos, pretendo hablar a la ciudad y a la sociedad. La sensibilidad de cada uno deja una huella, sí, pero no es mi intención que hablen de mí. La intención es conectar con la ciudad.

Pueden cambiar el skyline de una ciudad y levantar algo de la nada. ¿No hay egos?

Hemos hecho una sociedad de individualismos y competencia y hemos perdido el relato comunitario. Eso fomenta la lucha de egos. Egos banales, que gritan más de la cuenta, que son conscientes de su poder… Y eso se nota más en gente que puede construir un rascacielos. Es cierto. Pero hay formas de construir. La torre suele ser una manifestación de poder, porque siempre es la más alta, la más esbelta, la más algo. Pero también se puede construir pensando en la comunidad.

Antes comentó que en la universidad eran 5 mujeres frente a 200 hombres. ¿Ha cambiado la arquitectura en este tiempo?

Cada vez hay más mujeres en la profesión. Lo que sucede es que es un trabajo sacrificado, en el sentido de que tienes que dirigir las obras en persona, viajar, darlo todo si hay cambios en los plazos y las fechas... Pide una dedicación muy grande. Y como la mujer sigue teniendo ese rol social y cultural en la familia, suele quedar relegada a segundo plano. Por eso las arquitectas encabezan menos proyectos. Yo, si hubiese tenido familia, probablemente no habría llegado hasta aquí.


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