a Horacio Coppola
del arq. Alejandro Ruiz Luque
Solía llamarlo el hombre de la boina, porque boina era la que el usaba, tanto para cubrir su cabeza como también, como herramienta de trabajo.
Varias veces me toco acompañarlo mientras tapaba, por momentos el diafragma abierto, cuando el debía estar a oscuras en su recorrido de la escena iluminada por un reflector, creando luces y sombras para sus fotos.
De aquella fabrica de calderas, perteneciente a su familia, como de aquella residencia de la familia Saint, las fotos hablaban, de maquinas aceiteras y bronces, como también de aquellos maravillosos azulejos, de la calle Arenales, que hoy son parte de mi colección.
En ambos casos, como también en Buenos Aires, el antes que el hombre de la boina, supo de luces, sombras, colores y en especial de su maestría para dejar constancia del mundo en el que vivíamos.
Hoy sus fotos son documentos vivientes del crecimiento de Buenos Aires, sus trabajos que no envejecen documentan nuestra historia ciudadana.
Los contrastes en su obra, como la ternura en los rostros, lo asombroso de cada esquina, nos maravillan con las transformaciones de cada rincón.
Cuando Horacio cumplió 100 años, esperábamos a varios periodistas para su festejo, viendo que llegaban, me dijo al oído, algo así: me preocupa que los otros no cumplan como yo, creo que me da un poco de vergüenza.
Fue notable cuanto aportaron sus hijos Raquelita y Carlitos, para hacer conocer su obra, que resulta maravillosa.
Unos días antes de partir, me decía que le preocupaba, no saber como poder festejar sus 106 años!!!
Pero se fue un poquito antes, con esa modestia que siempre llevaba consigo.
Así Horacio con sus 106 años, con su boina y sus fotos, parecía no querer envejecer, para alegría de todos aquellos que lo hemos conocido.
Alejandro Ruiz Luque
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