Espacios para cuidar como a las joyas de la abuela
por Berto Gonzalez Montaner para Arq. Suplemento de arquitectura de Clarín
* Editor General ARQ
Son los playones ferroviarios, que serán destinados a edificios y parques. Para los urbanistas representan grandes oportunidades.
Habían pasado tan sólo unos meses de la tragedia de Once cuando recibí un libro sobre el Patrimonio Ferroviario Bonaerense del arquitecto e historiador Jorge D. Tartarini. El libro ilustrado con profusión de imágenes da cuenta de la impronta que dejó el ferrocarril en nuestras pampas y ciudades desde su llegada en 1857. Cabinas de señales, refugios, tanques de agua, puentes peatonales, depósitos, galpones y hasta viviendas que forman parte de un riquísimo repertorio que salpicó nuestro territorio. Y plantea una mirada dinámica sobre este acervo, con la idea de protegerlo y recuperarlo.
Como dicen las recetas de cocina, lo reservé sobre mi escritorio con un papelito que prefiguraba su destino. “Las huellas del ferrocarril”, sería el título de una de mis columnas en esta sección. Pero por una cosa u otra fue siendo reemplazado por otros títulos. Claro, todavía estaba cerca y muy presente la tragedia de Once.
Sin embargo, en las últimas semanas, los trenes bonaerenses volvieron a golpear, insistieron y fueron noticia nuevamente. La peor, la del 13 de junio, manchada de sangre: el choque del Chapa 1 en Castelar. El resultado fue 3 muertos y más de 315 heridos. Negligencia del maquinista o frenos en estado defectuoso. Coches con estructuras vetustas y con problemas recurrentes. Todo habla de un parque ferroviario en crisis que a pesar de los anuncios grandilocuentes no mejoró desde el horror que se vivió en Once.
Sin tanto que lamentar, otra noticia puso al sistema ferroviario en las páginas de los diarios. El Estado nacional anunció la estatización del Tren de la Costa. Según fuentes oficiales, las razones son al menos tres: que el servicio lo usa casi un tercio de los pasajeros que lo hacían en 2001; que no se hicieron las debidas tareas de mantenimiento y que se omite el pago del canon por los inmuebles desde 2001. Luego de su rimbombante renacimiento en el año 1995 como un tren turístico que prometía llegar hasta el Parque de la Costa tras recorrer estaciones recicladas, en tan solo 18 años se desinfló. Hoy, al recorrer la traza del Tren de la Costa, da pena ver que muchas de esas estaciones inglesas están abandonadas, vandalizadas y pintarrajeadas con graffitis.
La tercera noticia concurrente con el tema ferroviario fue la serie de concursos convocados por el Gobierno nacional con el fin de “desarrollar proyectos integrales de urbanización y/o inmobiliarios” para las ex playas de maniobras de Liniers, Caballito y Palermo. Los terrenos son propiedad del Estado nacional, pero la potestad de crearles nuevas normas urbanísticas es de la Ciudad.
Las bases de los concursos proponían integrar los “fragmentos de tejido en un nuevo paisaje contemporáneo”; “...conciliar conservación y transformación”; y agregaban: “Interpretar y crear, reproducir y proponer es un desafío y una responsabilidad de los proyectistas que participarán de esta convocatoria”. Por otra parte, las propuestas se debían ajustar a la norma que exige que el 65% de la superficie debe corresponder a uso público y solo el 35% restante puede destinarse a áreas edificables.
En las últimas semanas, como he reseñado en esta misma columna, se conocieron los resultados de estos certámenes. Pero, si bien los ganadores respetaron los porcentajes de espacios públicos y privados previstos y exigidos por las bases, solo pusieron foco en la definición de la estructura vial y en el 35% edificable y vendible. Sobre el 65% restante que casi todos dedican a espacios verdes casi no hubo definiciones. (En los planos solo aparecen algunos senderos, árboles desperdigados y algún que otro equipamiento urbano). Hasta un alumno de la facultad me alertó: “Los ganadores de los concursos cuentan cómo serán los edificios, pero nadie habla de lo que hay que hablar: de cómo serán los parques y los equipamientos públicos”.
Los urbanistas aseguran que estos terrenos de grandes dimensiones que han quedado vacantes por reconversiones urbanas y que están ubicados en zonas estratégicas de la Ciudad son algo así como las joyas de la abuela. Son áreas de oportunidad, las pocas que le quedan a la Ciudad para crear las infraestructuras y equipamientos que reclama. Por eso no alcanza con estos planes de masas, donde solo se define la volumetría del 35%, edificable y vendible, atendiendo al desarrollo inmobiliario. Falta proyectar el otro 65%, si se quiere la razón última de estos proyectos urbanos. Por nombrar algunos ejemplos conocidos, Plaza Francia o Parque Lezama, Palermo con el Rosedal y el Planetario, Parque Centenario, Parque Rivadavia o los parques de Puerto Madero. En definitiva, espacios verdes públicos de calidad que dan la diferencia, construyen nuestra identidad y son parte del patrimonio de todos.
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