Por Ariel Hendler para ArquiNoticias
En el norte del Gran Buenos Aires, Vila+Solowieiczyk idearon y materializaron una elipse de cristal para oficinas. Un éxito tanto constructivo como arquitectónico.
(Texto: Norberto Feal)
¿Qué hace evidente una perfecta elipse de cristal, en un jardín, flotando sobre el agua, unos pocos kilómetros al norte de Buenos Aires? Muchas cosas. A fines del siglo XIX el uso del vidrio modificó radicalmente la forma de la arquitectura, pero cuando en 1951 Ludwig Mies van der Rohe construye una casa sin muros, con sus cuatro lados de cristal, la historia de la arquitectura dio una vuelta de página. Si bien Mies realiza un viejo sueño, al mismo tiempo, muestra que no es fácil ese sueño de la casa de cristal. Unos 60 años después, los arquitectos y su comitente, intentan volver a repetir ese sueño en la elegante cuadrícula del suburbio bonaerense. Y lo logran.
La Elipse no es una casa, ni tampoco exactamente una oficina, ni un estudio. Pero tiene algo de todo eso. Sobre la vereda, un neto muro de hormigón y madera separa el mundo privado de la ciudad. Pero por sobre el muro se perfila el segundo piso del borde más agudo de la elipse generando un contrapunto sumamente interesante entre la placa lisa y opaca del muro y la curva, transparente y brillante de la elipse. De este modo, mientras que la visión total del edificio solo se consigue una vez traspasado el muro, un fragmento del mismo es percibido como imagen previa.
La visión total de la elipse, una vez superada la puerta de acceso, es un espectáculo de Arquitectura. Un deck de madera muy suavemente ascendente liga la puerta de acceso y el acceso a la elipse y, además, inscribe en el sitio el eje que estructura todo el edificio. Sin embargo, y a pesar de que el ojo no lo registra, el eje no esta colocado sobre la mediana del terreno sino que está levemente desplazado hacia la izquierda, para permitir el acceso a las cocheras en el subsuelo.
La distancia entre la puerta de acceso y la elipse está calibrada para que sea lo suficientemente larga para permitir cómodamente la visión total del edificio, y lo suficientemente corta para que este aparezca extremadamente fugado, acentuando su alargamiento y quebrando inmediatamente cualquier posible confusión sobre su forma. La elipse no solo es una elipse, sino que se ve como tal. En este sentido, el edificio es clásico en la medida en que la forma final deriva directamente de la planta, y al mismo tiempo, existe una correspondencia absoluta entre volumen exterior y espacio interior.
Sin embargo, como la ausencia de muros y la transparencia de la piel de vidrio tienden a debilitar la comprensión de la planta elíptica, los arquitectos la reconstruyen con las tres placas blancas de pisos y techo. Netas y abstractas, en principio parecieran más anchas de lo necesario en términos estructurales, pero en función de su peso visual, reescriben la elipse en clave opaca y levemente distorsionada. Las losas no siguen las líneas elípticas de la piel de vidrio, sino que se expanden en las puntas, amplificando el estiramiento del edificio al mismo tiempo que conforman cubiertas sobre los accesos, sin perder su carácter abstracto.
Una parte importante del aspecto exterior del edificio lo constituye el estanque. De planta cuadrada y apenas mayor que la elipse, permite que esta se vea flotante, apenas suspendida sobre el agua. Pero, a su vez, el estanque permite enlazar los mundos diferenciados de la elipse y el jardín. Si la elipse es el dominio de la racionalidad, el jardín es el reino de lo pintoresco; y, a través del jardín, que borra los límites del terreno, se rearticula el edificio nuevo con el tejido circundante, caracterizado por casas y chalets, construidos en la primera mitad del siglo XX, y rodeados de jardines. Y obviamente esto lleva al hecho de la dificultad que debieron atravesar los arquitectos al implantar justamente en ese medio un objeto arquitectónico tan diferenciado, y en tantos aspectos.
Un programa que no es doméstico en contraposición a la función hegemónica residencial, un formato abstracto en contraposición a una arquitectura de fuerte expresividad programática, un abismo tecnológico. V+S Arquitectos resolvió estas fricciones en base a pequeñas y muy medidas operaciones proyectuales que fueron hilvanando un segundo proyecto más invisible, pero no menos importante que la elipse: los decks de madera, el estudiado borde del estanque, el jardín pintoresco y el quincho bajo y sobrio, y que cierra el eje compositivo del proyecto a la manera de un belvedere.
El eje clásico, podríamos decir, que organiza planta y fachada, interior y exterior; y que, materializado en el deck de madera, lleva desde la calle al interior de la elipse, volando sobre el agua del estanque, y en el umbral se detiene: El cambio de solado viene a ser el único indicio de ese hecho casi imperceptible que en la arquitectura de la elipse es el paso del exterior al interior.
Podríamos decir que, para proyectar la planta del edificio, los arquitectos trabajaron con dos registros. Por una parte, está la piel de vidrio y las tres losas elípticas, y por otra, la geometría ortogonal que se pliega a las necesidades programáticas. La articulación entre ambas geometrías suele ser uno de los problemas más graves a resolver en los edificios de planta circular –o sus derivaciones- y de pequeña superficie. Los núcleos sanitarios en ambas plantas están resueltos a la manera canónica miesiana: un bloque exento revestido de madera, ubicado en el sector más ancho de la elipse, simétricamente enfrentado al núcleo de las circulaciones verticales.
Las salas y oficinas están delimitadas por placas de vidrio, por cajas opacas que contienen equipamiento y por la combinación de ambos sistemas. La organización proyectual está anclada en el sistema portante. Doce columnas metálicas circulares que sostienen las losas pautan la geometría tanto de la piel elíptica, como de la división programática ortogonal, y al mismo tiempo resuelven el complejo ajuste de ambos sistemas.
El eje axial cambia su formato en el interior. Después del hiato del hall, reaparece convertido en un largo y estrecho jardín, una hendidura que atraviesa e integra las dos plantas. Más allá de la elipse, el eje vuelve a materializarse en el deck de madera, vuelve a volar sobre el agua del estanque y remata en el quincho, un pabellón íntimo y con carácter doméstico. En la planta alta se encuentran los que seguramente son los dos espacios más importantes del edificio. La sala de reuniones hacia el frente y la oficina principal hacía atrás y abierta al paisaje como un verdadero atalaya del siglo XXI.
Lo demás es la factura impecable de los arquitectos, la pintura monocromática que lo cubre todo, desde la estructura portante hasta las tapas de la luz, la resolución de los detalles apelando a la mayor economía visual, y muy particularmente la resolución tecnológica de la magnífica piel de vidrio. Y por sobre todo, el impresionante esfuerzo, de hacer de un sueño, un objeto tecnológico posible, un proyecto logrado, Arquitectura, en definitiva.
Planta baja
Planta alta
Subsuelo
FICHA TECNICA
Ubicación: Gral. Alvear 671, Martinez, Provincia de Buenos Aires
Comitente: Privado
Superficie Cubierta: 778 m2
Superficie Descubierta: 832 m²
Proyecto y Disección de Obra: Vila+Solowieiczyk Arquitectos
Diseño Interior: Arquitecta Jacqueline Mizrahi
Calculo Estructural: Ing. Ricardo Rodríguez Prado
Proyecto Eléctrico: Ing. Alejandro Burcatt
Climatización: Tres Ingeniería / Insert
Constructora: Bogacon SRL
Año: 2010
Fotografía: Albano García y Daniela Mac Adden
Ubicación:
Street view:
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